martes, 13 de marzo de 2012

ENTRETENIMIENTO ROMANO.

LOS CIRCOS

Un circo tiene forma de un rectángulo muy alargado y sus lados menores no son rectos; uno era semicircular donde estaba la Porta Triumphalis, por donde salía el vencedor, mientras que el opuesto tenía un trazado en arco donde estaban las Cárceres, el lugar en el que permanecían los caballos hasta la salida.
Dividiendo la Arena, el espacio destinado a las carreras, se situaba la Spina, muro alargado y estrecho alrededor de la cual los carros daban siete vueltas. En el interior de la Spina se almacenaba el agua para regar la arena y estaba adornada con estatuas y obeliscos. En sus extremos estaban las Metae, construcciones circulares por donde daban la vuelta los carros.
La arena estaba separada de los espectadores por un muro elevado llamado Podium. Entre el podium y el muro exterior estaba la Cavea o gradas, en un lugar elevado y escalonadas para que los espectadores pudiesen ver bien las carreras. Estaban divididas y separadas en partes; la más cercana a la arena y reservada a los ciudadanos con mayor poder era la imma cavea; la más alejada era la summa cavea y estaba destinada a la plebe.
En un lugar preferente, al lado de la meta de llegada estaba la Tribuna o palco, donde se sentaban el promotor del espectáculo y las máximas autoridades.


LAS CARRERAS DE CARROS
El origen de las carreras de carros está en el rapto de las Sabinas: en la época de Rómulo, al no haber mujeres en Roma, organizaron unos juegos e invitaron a sus vecinos, los Sabinos; los romanos aprovecharon el acontecimiento para raptar a las Sabinas y casarse con ellas; en recuerdo de esto, el día 20 de Agosto desfilaban ante el altar de los dioses con caballos, mulos… y, al hacerlo de un modo rápido, acabó derivando en una competición.
De todos los espectáculos que se celebraban en Roma, ninguno llegó a apasionar al público tanto como las carreras de carros. Había cuatro equipos o cuadras que se distinguían por cuatro colores (rojo, blanco, azul y verde) que tenían divididos a los espectadores de una manera tan fanática como puedan tenerlos hoy algunos equipos de fútbol. En un principio los carros eran conducidos por sus propios dueños, gente de la nobleza; pero cuando se convirtió en puro espectáculo, los conductores, llamados aurigas, eran casi siempre libertos o esclavos.
La carrera venía precedida por un desfile en recuerdo del rapto de las Sabinas que recibía el nombre de pompa. Abría el desfile el magistrado que patrocinaba los juegos, vestido con sus mejores galas y en un carro magníficamente engalanado. Delante del carro los músicos y danzantes, a continuación los participantes, por último las imágenes de los dioses con sus sacerdotes. El ceremonial debía observarse escrupulosamente; si se cometía algún fallo (tocar la rienda con la mano izquierda, que un caballo se cayera, que alguien se asomara a la ventana…) había que reiniciar la procesión
Las carreras más frecuentes eran de dos caballos (bigas) o de cuatro caballos (cuadrigas); solía haber cuatro participantes, uno por cada color, y se sorteaba el lugar de salida. Se bajaba la barrera que mantenía a cada carro en su carcer, el presidente daba la salida con un pañuelo blanco y daban siete vueltas alrededor de la spina. El ganador era el primero que atravesaba la meta.
El auriga vestía una túnica con los colores de su equipo; llevaba un casco y alrededor del pecho numerosas tiras de cuero formando una coraza flexible. Entre las tiras llevaba un cuchillo para cortar las riendas en caso de accidente y evitar ser arrastrado por los caballos. Las caídas eran frecuentes, pues los carros pesaban muy poco y los corredores se acercaban mucho a la spina para ganar terreno, con lo que el menor roce suponía la caída, la destrucción del carro y frecuentemente la muerte del conductor. Una palma, una bolsa de oro, los vítores de los espectadores y la fama eran el premio del vencedor.

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